LA SONRISA OLVIDADA.
El título tan sugestivo y al mismo tiempo enigmático, La sonrisa olvidada, de esta novela tarda tiempo en hacer su aparición y tener su explicación correspondiente.
Su autora, la escritora inglesa de la primera mitad del siglo XX, Margaret Kennedy (1896 – 1967), narra la extravagante vida de unos súbditos británicos que, por azares y peculiariedades de su vida, encuentran una vida plena y satisfactoria y real lejos del brillante, esplendoroso y ensimismado Londres de principiso de siglo. Ese lugar es una remota y desconocida isla griega, Kethira, adonde llegan casi por casualida, y donde encuentran realizada plenamente su vida.
Es la autora una gran relatora de los usos y costumbre s sociales de sus contemporánooes, a la vez que una mente perspixcaz que trata de buscar un anhelo vital más allá de aquella educación y sociabildad británica , consderada espejo del mundano vivir.
De fondo y complementando sobremanera a todo el relato, que transcurre en dos ámbitos, el ondres mundano y brillante, y la rústica e ignota isla griega de Kethira, isla inexistente, por otro lado, y de nombre y fonetica plenamente helena, para este contraste enfrenta desde el principio a dos personaleidades que se encentran casualmente en aquella isla.
El relato narra la historia in medias res, pues una vez establecido este casual encuentro de varios personajes, británicos, vuelve la historia hacia atrás, para desarrollar cómo ha sido posible el encuentro de estos dos personajes.
El uno es el fatuo, pagado de sí mismo aunque con una sólida y educación, es el profesor de Clásicas doctor Challoner. Como fiel representante del conocimiento idealizado de Grecia, el profesor es un erudito en el mundo clásico y su literatura. Es envidiable su formación, pero a ésta, como suele suceder, la acompaña una superioridad y cierta soberbia, que la autora no tarda en caricariturizar al principio y para el resto del relato.
Frente a este fatuo personaje, representante ciertamente de una cultura clásica parodiada, se encuentre Seldwyg. Este personaje, delicado y sensible, de orígenes modestos, que sale adelante coo puede en la clasista sociedad británica, ha llevado una vida plena hasta que el amor de su vida fallece. Experimenta entonces en una crisis vital que lo lleva a esa isla griega también.
Para completar el número simbólico del tres, la autora introduce a Kate, una burguesa londinense en la que condensa las frivolidades e insatisfacciones de la mundanal vida social que le ha tocado vivir. En medio de un frívolo y decepcionate tour por las islas griegas, lo abandona en mitad del mismo y se reúne con estos dos personajes anteriores para dar un mayor cuerpo a la historia.
La verdad es que cómo llegamos a este libro todavía no atinamos a saberlo. reo que fue hojeando y mirando en alguna página de internet para descargar libros, de esas que están clausurando a marchas forzadas. En verdad que me gustaría saber como o hice, pues me gustaría volver a un encuentro parecido.
En algún sitio leí algo así como la sinopsis de la novela, me llamó la atención losde un profesor de clásicas que se encuentra en una perdida isla griega. Pero, sin saber nada de la autora ni del título, no sé ni como la descargué enel ordenador. Y, en algún momento la empecé a leer, sin tenerlas todas conmigo, ya digo, que uno siempre va buscando referencias por no saber. Pero la lectura, poco a poco al inicio, al final se fue sobreponiendo, y el relato fua cada vez más ameno y completo.
La imagen a la que se refiere el título de la novela, la de la sonrisa olvidad, es parece algo central en ese relato de los dos mundos, el británico, urbano y camino a una vida cada vez más artificiosa, y el rural y vital de la isla de los anónimos ahabitantes de la isla de Kethira. En ella viene, junto con todo lo otro, uno de los temas centrales de la obra.
No está de más el situar esta novela en los conocidos relatos de bruitánocos de finales del XIX y todo el siglo XX, que escapando del frñio y gñelido clima, tanto ambintal como social, de su Inglaterra natal, encuentran en ek mundo Mdel mediterrámneo, en recia, especialmente, pero también en Italia o españa, encuentran , decíamos, una realización plena y verdadera de sus vidads.
El más cocnocido en los últimos tiempos de estos británicos euriopeos que encuentran la vida en el mediterraneo está la saga los Durrell en Corfú de Mi familia y otros animales, Y la lista de europeos e incluso americanos, como a Henry Miller es abundante y convertida en un tema literario clásico. Parece una continuación de aquel Grand Tour que empezaron en el XVII y llega hasta el XIX muchos artistas europeos con una imagen idealizada de Grecia.
Volviendo a la novela, y una vez introdiucida de forma breve, recuperemos el asunto , importante ciertamente, del título de eta obrita. Es ya pasada la mitad de la lectura, cuando poco a poco la autora nos ha imbuido en ese extraño y arcaico mundo de la vida y los habitantes de la recreada isla de Kethira.
Pues ya ha advertido, como antes Freddy y Edith, que allí se vive en un lugar aparentemente al margen de la sociedad de la que proceden, la sociedad británica de principios de siglo XX, urbana, consumista y devoradora que se desarrolla en el resto del mundo.
Esa isla pequeña, olvidada, sin nada de interés, que nadie repara ni se detienen en ella, pues por no tener, no tiene ni restos arqueológicos más o menos destacables de la gloriosa civilización griega, mantienen sin embargo una actitud vital y unas prácticas y costumbres casi de etnografía, que se mantienen al margen de las usuales y por donde se desarrolla la moderna sociedad urbana de aquellos tiempos.
Es más, conscientes de ellos, algunos tratan por todos los medios de mantener esa virginidad, esa especie de inocencia vital, lejos del turismo avasallador que va ocupando, isla por isla, todo el Egeo, para instalar en ella el modo avasallador del turismo convencional.
Intereses en ello no le faltan, y algunos espabilados tienen ya puestas sus miras en aquella indiferente y poco interesante isla.
Es entonces cuando sale el fragmento en el que se refiere a lo que llaman o se ha llamado “sonrisa olvidada”, que se refiere a la misteriosa sonrisa arcaica en la escultura antigua grecorromana, la que se aprecie también en las imágenes que conocemos del arte arcaico griego y la escultura etrusca de la misma época.
Viene precedida o antologada por un poema de Woodworth.
Ya atardeciendo, se encuentran en la casa del extraño tío Freddy el Dr. Challoner y Seldwyg. Están en la habitación del tío, fallecido, llena de objetos y recuerdos por todas partes.
Se pusieron a inspeccionar la cantidad de objetos que Freddy había dejado allí, sin saber qué hacer con ellos.
Entre ellos, una gran colección de discos viejos de gramófono, con los que el tío solía deleitar a los isleños alguna que otra tarde. Se reunía con ellos de cuando en cuando, y les ponía la música que ellos elegían.
Junto al profesor también estaba Kate, revisando lanas y telas.
De fondo se oía a alguien cantando dulcemente una canción.
Tanto Kate como el doctor detienen un momento su actividad para fijarse en la canción. Ambos la encuentran bonita y expresiva. Cuando termina, los isleños estallan en risas incomprensibles, y Seldwyg los apoya.
Mientras rebuscaban y seguían poniendo canciones en el gramófono, el Dr. Challoner dio un resoplido, acababa de encontrar en el escritorio de su tío una cara y a su nombre.
El Dr. empezó a leer:
Si llegas a leer esto algún día, será porque habré muerto antes de haber llevado a cabo algunos arreglos que esperaba te ahorrarían a molestia de venir a Kethira …
A continuación, en un tono con cierta ironía en el que la autora alterna fragmentos de la carta con apostillas desconcertantes y desapegadas por parte del profesor, vamos conociendo el contenido de esta última carta de Freddy, dedicada a su insoportable y engreído sobrino.
Por un lado, y para empezar, éste descubre, asustado, que Freddy ha vivido estos últimos años, amancebado, con E., de la que ha tenido varios hijos.
A continuación, va desarrollando en la carta una especie de apología o justificación del por qué eligió, una vez regresado a la isla, instalarse definitivamente a vivir allí.
Y se refiere, sobre todo, a una forma de vivir ajena a la acostumbrada en las ciudades, una filosofía de la existencia y de la vida de antaño, preindustrial, si pudiéramos llamarla así, que le permite llevar una vida digamos que casi idílica, sin caer en idealizaciones simples.
En cualquier caso, no deja de tener un fondo de reflexión esta exposición de motivos vitales, esta declaración a favor de una vida distinta, más personal y verdadera.
Creo que es por esto por lo que nuestros antepasados, que nunca se creyeron destinados a la felicidad, han dejado en esta parte del mundo tan pocos monumentos conmemorativos de la dicha humana y del espectáculo del goce de los hombres. En las esculturas anteriores, se ve a éstos sonriendo. Es esta sonrisa olvidada, llamada a menudo «misteriosa», lo que he visto a veces en Keritha. Y la hemos preservado porque, a los ojos del mundo y durante muchos siglos, no ha habido en nuestra isla nada notable que buscar y encontrar.
El doctor Challoner sabe que Freddy se está refiriendo a esa sonrisa antigua o arcaica, de la época Arcaica de la escultura. Para él, abrumado hasta las sienes de cultura libresca, aquello que dice Freddy no es más que una referencia intelectual.
Debe estar pensando Challoner, pues, en figuras de la estatuaria arcaica del arte etrusco y griego.
Sin embargo, no se da cuenta de lo que está queriendo decir esa póstuma carta. Aquella sonrisa extraña, que tanto ha intrigado a los académicos, no era algo cultural, misterioso o enigmático a investigar. Para Freddy, tienen una base humana, reposa en la forma de ser de un mundo ya pasado, que, sin embargo, él todavía ha creído encontrar, como un fósil, en las gentes de la pequeña e ignota isla de Kethira.
Es precisamente cuando dice que
En cualquier otra parte, prevalece el punto de vista opuesto. Los hombres creen que deben ser felices y que pueden decidir por sí mismos su propio destino. La casualidad es todavía una molestia, pero puede contrarrestarse por medio de la eficacia, la organización y los descubrimientos científicos. La miseria humana procede de la humana naturaleza, que es mala y perversa. Y hay que avasallarla, ignorarla o alterarla.
El hombre no siente el menor respeto por la naturaleza. Es el único señor del universo y hace lo que le place con la materia desprovista de mente y de sentidos. Hace pesar su voluntad sobre los mismos átomos que destruye. No teme a los dioses. No teme a nadie, salvo a sí mismo. Le aterroriza más la Humanidad que lo que pueda haberle aterrorizado, en otros tiempos, dios alguno, porque, por muy terroríficos que pudieran ser éstos, había siempre la esperanza de que se pudieran aplacar sus iras. Por el contrario, ¿cómo puede el hombre aplacarse a sí mismo? No se atreve a representarse sonriendo, prefiere contemplar su propia imagen bajo algún aspecto violentamente falseado. Como objeto meramente natural, se cree demasiado horrible.
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