En medio de la tremenda crisis económica por la que atravesamos, crisis que ya se va convirtiendo en moral y emocional, no ha tardado nada en llegar los recortes a aquellos sectores que siempre han tenido el prejuicio de ornamenrtales, superfluos, accesorios o, simplemente, tolerables. Esto es, a todo lo que tiene que ver con el mundo cultural, incluyendo, desde luego, a la educación, que ha sido por donde primero han pasado el rastrillo, eso sí, elevando las tasas de carreras y demás un 70%, será precisamente por eso, porque son un lujo que solo se pueden pagar algunos.
En el último artículo de Javier Marías (El país Semanal, 14 de octubre de 2012), se hace una bonito defensa de la "utilidad" de la cultura y las humanidades, en general, sirviéndose de un referente que ya viene desde la antigüedad grecolatina. En el discurso de Cicerón Pro Archia, se hace una defensa del estudio de la cultura y de las humanidades como consuelo, alivio, que necesita el espíritu para recobrarse de la realidad a veces agobiante. Empleando el mismo argumento, Javier Marías desarrolla su interesante artículo sobre él, al tiempo que critica la dirección política de los que creen todavía algo superfluo el mundo cultural. Dejamos aquí algunos fragmentos:
" ... Nunca cambian las cosas. En periodos difíciles, cuando escasea hasta lo básico, los políticos tienden a considerar -pero unos más que otros, y ahí se retratan- que la cultura en general y la literatura en particular son superfluas, un lujo del que se debe prescindir...
Incluso se suscita esta cuestión: en época tan dura, ¿qué diablos hacen los literatos ocupándose de gente y de mundos que no existen? ¿Cómo pueden abstraerse de lo que ocurre a su alrededor? ...Pero no es sólo eso: cuanto más ardua la cotidianidad, más se necesita evadirse… durante un rato al día. Hora y media de una película, una hora de lectura al final de la jornada. Si leemos de tiempos de guerra, recordamos que los hubo peores y que acaso no debamos quejarnos tanto; si de tiempos apacibles y prósperos, nos damos cuenta de que también los hay y de que siempre han vuelto tras los aciagos. Nos metemos en vidas y circunstancias que no son las nuestras, descansamos de nosotros mismos con otros conflictos, y sí, merced a eso nos evadimos un poco. ... Los que escriben y hacen cine, los que interpretan y componen música, todos ellos dan consuelo al término de la jornada. Lo dan incluso a quienes no frecuentan sus obras, porque el arte y las ficciones acaban por permear las existencias de todos, aunque sea indirectamente. Son parte de nuestra formación como personas y, si no otras cosas, nos enseñan a pasar por la tierra con una dimensión imaginativa, a mi modo de ver necesaria para comprender lo que nos pasa, y útil para aguantarlo. Poco a poco aprendemos a vivir nuestras vidas contándonoslas. A la vez que las vivimos, las imaginamos, y así les damos el carácter de “historias”. Como tales, sabemos o creemos saber que todo puede cambiar, que puede haber un giro de la fortuna, que tal vez haya mejora. Dotar a lo que nos sucede de esa dimensión es una ayuda enorme contra la realidad que nos apesadumbra. Por eso tantos buscamos esos mundos imaginarios y leemos, para ejercitarnos en ello. Lo dijo Isak Dinesen, y la he citado muchas veces: “Todas las penas pueden soportarse si se convierten en una historia”...
JAVIER MARÍAS.
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